La adaptación
entre el menor y su familia no siempre es fácil.
Los problemas durante la infancia y la adolescencia son frecuentes y se
necesita apoyo
SAN SEBASTIÁN. DV. Dicen que los niños adoptados empiezan
su nueva vida con una mochila, en la que cargan con historias muchas veces
dramáticas, de abandono, maltrato y, sobre todo, falta de afecto.
El peso de ese doloroso equipaje marca no sólo sus primeros meses
en el orfanato, sino el resto de su infancia, adolescencia y probablemente,
toda su vida. Por eso, la adaptación entre el menor y su familia
adoptiva no siempre resulta sencilla. Las asociaciones de familias y las
propias instituciones vuelcan ahora sus esfuerzos en prevenir y preparar
a los padres para «la verdadera adopción», la que se
inicia después de superar el papeleo inical, cuando el niño
aterriza en su nuevo entorno y se forja una nueva vida familiar.
Nada de situaciones idílicas ni de actos heroicos. La tarea de
ser padres, siempre compleja, se complica aún más en los
casos de hijos adoptados. «No se trata de ser mejores o peores padres.
Compartimos las mismas vivencias que con los hijos biológicos,
pero hay ciertas tareas y procesos que los demás desconocen y que
son propios de la adopción», explica Rosa Barrio, madre adoptiva
y representante de la asociación UmeAlaia, con más de 150
familias en Gipuzkoa. Rosa, a quien acompaña en la conversación
Xabier Calvillo, que también es padre adoptivo, quiere lanzar un
mensaje «realista» sobre lo que significa la acogida de un
menor: «Los padres tienen que prepararse para la adopción,
que siempre tiene que ser una decisión muy meditada. Siempre hablamos
de adopción como una acto que realizamos los adultos, cuando a
su vez, son los niños los que también nos tienen que adoptar.
Y eso a veces cuesta».
Ayuda para «cicatrizar»
Carme Vilaginés, psicoterapeuta y autora del libro L'altra cara
de l'adopció (La otra cara de la adopción), se ha tropezado
en más de una ocasión con situaciones profundamente desarraigadas,
por lo que siempre recomienda un asesoramiento especializado, bien desde
la consulta de un profesional o bien desde el apoyo que ofrecen las instituciones.
Los problemas pueden manifestarse de muy diferentes formas: fracaso escolar,
hiperactividad, enfrentamientos continuos con los padres... «Mientras
el niño está en el orfanato, donde no dispone de las figuras
paternas, los sentimientos de desarraigo quedan encapsulados en su interior.
Sólo cuando encuentra una familia afloran a la superficie»,
describe la psicoterapeuta.
La gestión de la historia previa del menor es fundamental para
«cicatrizar» esas heridas emocionales. «Tarde o temprano,
todos los niños hacen preguntas sobre su origen. Otra cosa es que
las preguntas que hacen los padres las entendamos como tal, porque a veces
son señales encubiertas. Intentamos ser hábiles en esa tarea.
Hay que responderles con total naturalidad, sin mentiras. Ocultarles su
pasado no tiene ningún sentido», aseguran Rosa y Xabier.
El olvido, añaden, no resuelve los problemas, sino que los agrava
y deja imborrables secuelas hasta el punto de desembocar en un conflicto
dramático, con el peor final deseado.
El fracaso
No se habla de ellas, pero las adopciones fallidas existen, aunque son
las menos. Varios estudios cifran en un 1% los niños que viven
el drama de un segundo abandono. En Gipuzkoa, sólo se ha dado un
caso, por los problemas irreversibles de convivencia entre la madre y
la hija, afirman desde Diputación. Durante el año pasado,
otras diez familias fueron atendidas en el servicio de seguimiento postadoptivo
ante las dificultades surgidas en la adaptación del menor al nuevo
contexto familiar. «El mensaje de que 'con amor se puede todo' no
vale siempre. Hay muchas familias adoptivas que lo pasan muy mal y en
silencio», cuenta Vilaginés.
Para allanar el camino, aún quedan retos pendientes. Por ejemplo,
en la escuela. «Cuando les preguntan por el primer diente que se
les cayó, o les cuentan cómo estaban en la tripita de su
madre. En general, el sistema educativo no se ha adaptado», recrimina
Cristina Villar, de Anichi. También hace falta un protocolo pediátrico
con parámetros específicos para los niños; un apoyo
continuado desde las instituciones y, sobre todo, un cambio de la imagen
social que se tiene de la adopción. «A mí me hace
gracia -revela Cristina- cuando me preguntan por la calle si mis hijas
son hermanas. Sí, son hermanas. '¿Pero de verdad?', me insisten.
Sí, son hermanas de verdad».
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